No es amor, es solo París by Patricia Engel

No es amor, es solo París by Patricia Engel

autor:Patricia Engel [Engel, Patricia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-06-07T16:00:00+00:00


9

Empezaron a asaltarme unas visiones tan sublimes que tuve miedo de mí misma. Visiones de cosas que nunca pensé que querría. Casarme. Tener una vida. Tener una casa juntos; un narcisismo con dos caras que hacía que me cohibiera la forma en que le sujetaba la mano cuando caminábamos por las calles heladas, porque no quería ser una de esas chicas agarradas al novio como un mono a una palmera, o como Maribel, arrugada como papel maché al costado de Florian, sino que quería que fuéramos una pareja que iba de la mano en pie de igualdad.

Al final emprendimos una rutina más práctica, salimos de nuestro encierro para comer con los demás en la cocina de la casa cuando Giada preparaba pasta para todos los residentes, o en el Far Niente. Poco a poco Cato fue tomando más confianza con Rachid y con Stef, que no se parecían demasiado a la mayoría de los chicos fanfarrones que pasaban por la casa, con la billetera llena de dinero y de tarjetas de crédito, con la vida resuelta gracias a multitud de contactos. Me alegré de que las demás, incluso Tarentina, lo hubieran aceptado en el grupo, y aunque a Cato no le gustaban las multitudes, comprobé que sabía tratar con la gente, era amable, encantador, sincero e ingenioso. Le tomaban el pelo porque nunca quería ir con el grupo a las discotecas o porque en cuanto se tomaba una cerveza en el Claude’s se quejaba del humo, y le decían que era un chico de campo. A Cato no le importaba, y a mí me encantaba que en lugar de conocer la vida nocturna de París prefiriese quedarse en casa conmigo.

Cato logró ganarse la simpatía de Romain, y las noches en que en el Far Niente tenía poco que hacer, acercaba una silla y se sentaba con nosotros a la mesa del rincón, nuestra preferida; yo los observaba mientras comparaban lo que era criarse cerca del mar y lo odiosa que era la vida en la ciudad.

Tenía varios pedidos de trabajos académicos pendientes de las chicas y de sus amigos, y en aquellas horas Cato se dedicaba a leer tirado en mi cama mientras yo trabajaba en mi mesa o bien salía con Sharif y, de vez en cuando, iba a ver a su padre. Romain retomó las clases de lectura, cada vez pronunciaba con más fluidez y confianza, y aunque los primeros días se mostró un poco distante, no tardamos en recuperar nuestras horas de lectura.

Cuando llegamos a la parte en que Martin y Ruth se enamoran, Romain depositó el libro en su regazo.

—Lita, ayúdame a entender una cosa. Algo que llevo tiempo preguntándome.

—Dime.

—¿Exactamente qué es lo que haces tú con el hijo de Antoine de Manou?

No me sorprendió que se hubiese enterado, pero me desconcertó el desprecio de su tono.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Es que… —frunció los labios en un mohín burlón—, estoy sorprendido.

—¿Sorprendido de qué? Al parecer te llevas bien con él.

—Es que pensé…

—¿Qué pensaste?

—Pensé que tendrías más integridad y que no te enamorarías del hijo de un salvaje.



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